La ingenuidad, a veces, se disfraza de una perspectiva de ilusión cegadora, anulando cualquier atisbo de la lógica aplastante que se postre delante tus pies. Algo parecido debió sentir un hombre emprendedor allá por el año 1884: el vicecónsul inglés en Garrucha; exportador de minerales y hierros de Sierra Cabrera y Bédar: el señor Jorge Clifton Pecket, cuando tuvo una idea innovadora con la que, probablemente, se frotó las manos ante la posibilidad de tener cuantiosos beneficios económicos.
En sus expediciones de
exploración minera, debió descubrir el emplazamiento del manantial: “Las Saeticas”. Entonces
se le ocurrió la genial idea de aprovechar la ingente cantidad de agua que surgía del mismo; con intención transportarla mediante una gran tubería hasta Garrucha. Utilizó más de 7.000
metros de hierro fundido.
Cuando el agua abunda, y no sabes qué hacer con ella, las
ideas que pueden surgir para beneficiarte pueden ser muy provechosas. Eso debió
pensar este avezado empresario inglés cuando diariamente de su manantial
extraía más menos unos 108.000 litros de agua, de la cual, solo se consumía
unos 10.000 litros.
Aquella
desproporcionada cantidad de tan necesario elemento, produjo en la mente de
este señor: un chispazo recurrente en sus creativas neuronas, que convergieron
en una genial idea. Debió pensar que al haber un sobrante de 100.000 litros
cada 24 horas, se podrían destinar a aumentar lucrativamente los fondos de su
riqueza personal. ¿Y qué perspectiva visualizó para decidirse por llevar a cabo
tan magna iniciativa? Pues hasta ahí no podemos llegar con exactitud: suponemos
que su audaz mente debió vislumbrar la gran expectación que generaría el delicado
y exquisito sabor de las truchas garrucheras en los paladares más exigentes de
la época.
A pensar de tan ingente cantidad de agua que producía: un
millón de litros que tenía almacenados en un depósito habilitado para tal
propósito, aún seguía produciendo en demasía; no sabiendo cómo utilizarla. Fue entonces
cuando se le ocurrió la fascinante idea de crear una piscifactoría para rentabilizar
el agua sobrante.
Esta insólita idea de
criar peces de agua dulce en Garrucha en el siglo 19, por hacer una comparativa
irónica; como menciona el autor Antonio Molina Sánchez en su libro: "tenía
el mismo sentido práctico que viajar a la Antártida para crear una fábrica
hielo", porque si había un hecho más que evidente, era que, en el
municipio, de lo que menos se carecía era precisamente de pescado.
Mister Clifton perseveró
en su empeño sin desperdiciar ni ápice de ilusión hasta culminar su anhelado
objetivo y, además, lo hizo sin escatimar en gastos para conseguir los
materiales de mejor calidad de la época.
La instalación estaba
formada por varios estanques para la incubación de huevos, alevines; con
plantas acuáticas y, además, un anexo para engorde. Para oxigenar el criadero,
también contaba con los necesarios saltos de agua, cuya corriente desembocaba en
una gran balsa de 33 x 21 metros; destinada a ser el depósito final de los peces.
En definitiva, era una instalación con los elementos
tecnológicos más avanzados de la época, siendo dotada de la infraestructura más
innovadora del momento, ya que fue la primera que se hizo en el sur de España.
Hubiera sido extraordinario que dicho experimento
empresarial hubiera tenido el éxito esperado, pero desgraciadamente para
infortunio del inspirado inglés, no funcionó. Su plan no respondió a sus admirables
expectativas, ya que Mister Clifton al discurrir tan ilusoria explotación; a
pesar del dineral que se gastó en su macro proyecto, no contó con el factor más
importante de todos: “el clima de Garrucha” que es ideal para todo menos para
criar truchas.
Mister Clifton hizo
pruebas con huevos de diversas especies de truchas, consultó a los más
eminentes piscicultores de Europa y América, incluyendo la Sociedad Nacional de
Piscicultura de Londres, pero ni con todo ello las truchas querían vivir en
Garrucha.
No amortizó su proyecto, pero si le evitó perdidas
sustanciosas, ya que comercializar sus productos le hubiera causado muchos problemas de distribución, ya que en la villa, la gente de lo que más disponía, era precisamente de
una variedad extensa de deliciosos pescados del mar.
Lo que es más que evidente: es que fue un
hombre con una capacidad emprendedora sorprendente; poco acertado en su decisión, por no decir
lamentable en aquellos tiempos, pero sí fue un iluso que decidió cumplir
su idea y llevarla hasta el final con todas sus consecuencias.
Bibliografía:
información recabada del libro: “Cuevas del Almanzora hace un siglo” Antonio Molina Sánchez.
Fotografía extraída del libro: "la memoria fotográfica de Garrucha"
información recabada del libro: “Cuevas del Almanzora hace un siglo” Antonio Molina Sánchez.
Fotografía extraída del libro: "la memoria fotográfica de Garrucha"

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