martes, 8 de octubre de 2019

¿UNA PISCIFACTORÍA DE TRUCHAS Y SALMONES EN GARRUCHA? PUES SÍ, ESO PENSÓ EN EL AÑO 1884 UN INGLÉS: MISTER CLIFTON.




























La ingenuidad, a veces, se disfraza de una perspectiva de ilusión cegadora, anulando cualquier atisbo de la lógica aplastante que se postre delante tus pies. Algo parecido debió sentir un hombre emprendedor allá por el año 1884: el vicecónsul inglés en Garrucha; exportador de minerales y hierros de Sierra Cabrera y Bédar: el señor Jorge Clifton Pecket, cuando tuvo una idea innovadora con la que, probablemente, se frotó las manos ante la posibilidad de tener cuantiosos beneficios económicos. 
En sus expediciones de exploración minera, debió descubrir el emplazamiento del manantial: “Las Saeticas”. Entonces se le ocurrió la genial idea de aprovechar la ingente cantidad de agua que surgía del mismo; con intención transportarla mediante una gran tubería hasta Garrucha. Utilizó más de 7.000 metros de hierro fundido.
           Cuando el agua abunda, y no sabes qué hacer con ella, las ideas que pueden surgir para beneficiarte pueden ser muy provechosas. Eso debió pensar este avezado empresario inglés cuando diariamente de su manantial extraía más menos unos 108.000 litros de agua, de la cual, solo se consumía unos 10.000 litros.
Aquella desproporcionada cantidad de tan necesario elemento, produjo en la mente de este señor: un chispazo recurrente en sus creativas neuronas, que convergieron en una genial idea. Debió pensar que al haber un sobrante de 100.000 litros cada 24 horas, se podrían destinar a aumentar lucrativamente los fondos de su riqueza personal. ¿Y qué perspectiva visualizó para decidirse por llevar a cabo tan magna iniciativa? Pues hasta ahí no podemos llegar con exactitud: suponemos que su audaz mente debió vislumbrar la gran expectación que generaría el delicado y exquisito sabor de las truchas garrucheras en los paladares más exigentes de la época.
            A pensar de tan ingente cantidad de agua que producía: un millón de litros que tenía almacenados en un depósito habilitado para tal propósito, aún seguía produciendo en demasía; no sabiendo cómo utilizarla. Fue entonces cuando se le ocurrió la fascinante idea de crear una piscifactoría para rentabilizar el agua sobrante.
Esta insólita idea de criar peces de agua dulce en Garrucha en el siglo 19, por hacer una comparativa irónica; como menciona el autor Antonio Molina Sánchez en su libro: "tenía el mismo sentido práctico que viajar a la Antártida para crear una fábrica hielo", porque si había un hecho más que evidente, era que, en el municipio, de lo que menos se carecía era precisamente de pescado. 
Mister Clifton perseveró en su empeño sin desperdiciar ni ápice de ilusión hasta culminar su anhelado objetivo y, además, lo hizo sin escatimar en gastos para conseguir los materiales de mejor calidad de la época.
La instalación estaba formada por varios estanques para la incubación de huevos, alevines; con plantas acuáticas y, además, un anexo para engorde. Para oxigenar el criadero, también contaba con los necesarios saltos de agua, cuya corriente desembocaba en una gran balsa de 33 x 21 metros; destinada a ser el depósito final de los peces. 
         En definitiva, era una instalación con los elementos tecnológicos más avanzados de la época, siendo dotada de la infraestructura más innovadora del momento, ya que fue la primera que se hizo en el sur de España.
          Hubiera sido extraordinario que dicho experimento empresarial hubiera tenido el éxito esperado, pero desgraciadamente para infortunio del inspirado inglés, no funcionó. Su plan no respondió a sus admirables expectativas, ya que Mister Clifton al discurrir tan ilusoria explotación; a pesar del dineral que se gastó en su macro proyecto, no contó con el factor más importante de todos: “el clima de Garrucha” que es ideal para todo menos para criar truchas.
        Mister Clifton hizo pruebas con huevos de diversas especies de truchas, consultó a los más eminentes piscicultores de Europa y América, incluyendo la Sociedad Nacional de Piscicultura de Londres, pero ni con todo ello las truchas querían vivir en Garrucha.
        No amortizó su proyecto, pero si le evitó perdidas sustanciosas, ya que comercializar sus productos le hubiera causado muchos problemas de distribución, ya que en la villa, la gente de lo que más disponía, era precisamente de una variedad extensa de deliciosos pescados del mar. 
         Lo que es más que evidente: es que fue un hombre con una capacidad emprendedora sorprendente; poco acertado en su decisión, por no decir lamentable en aquellos tiempos, pero sí fue un iluso que decidió cumplir su idea y llevarla hasta el final con todas sus consecuencias.


Bibliografía: 
información recabada del libro: “Cuevas del Almanzora hace un siglo” Antonio Molina Sánchez.
 Fotografía extraída del libro: "la memoria fotográfica de Garrucha"







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